“Lo dijo Hernández Parker" era la frase que sonaba como una sentencia cuando alguien quería dar por concluida alguna interminable discusión sobre lo que sucedía en La Moneda o en el Congreso.
Estaba en todo, sabía todo, le contaban todo. Él no corría detrás de la noticia: las noticias le llegaban a él a través de las confidencias de políticos —entre los que se incluían ministros y presidentes—, asesores, empresarios y líderes sindicales. Sin embargo, él estaba siempre alerta, atento a lo que sucedía y cerca del teléfono. Verificaba aristas, puntos de vista y consultaba fuentes diversas. Estas últimas eran inherentes a la credibilidad de su voz y de su pluma y, por lo tanto, cuidadas y respetadas por él. Con todos los elementos en su mano, él analizaba, proyectaba y sacaba conclusiones.
Ejerció a conciencia el papel fiscalizador del poder que corresponde a los periodistas. Respetaba a los potentes, pero no les temía y siempre se puso del lado de los más débiles. Por eso, cuando había que destapar alguna olla, nunca vaciló. Esta actitud de independencia, obviamente, le trajo problemas, pero, después de cada enfrentamiento suyo con los poderosos, su prestigio creció ante la opinión pública cuya admiración lo fue convirtiendo en "un intocable".
“Lenka Franulik”, quienes la conocieron no olvidan sus brillantes reportajes y las crónicas humorísticas en que utilizaba su pluma como un certero bisturí al tocar temas como la siutiquería, el cigarro en las mujeres o el encanto de los gordos.
Culta, introvertida y segura de sí misma, solía ser única mujer entre hombres y se convirtió en un mito.
Fue la primera mujer periodista relegada por odiosidades políticas y no ocultó su decepción al ser derrotada en las elecciones como candidata a senadora por el partido Socialista Popular en 1953. Sus opiniones fueron siempre controvertidas y revolucionarias y nunca vaciló en denunciar con independencia lo que le parecía injusto..